domingo, 17 de septiembre de 2017

EXAMEN..DE CONCIENCIA

UNA INVITACIÓN A LA ULTIMA FASE DEL LECTOR: LA FASE PROPOSITIVA Y LA DE ANIMACIÓN A OTROS A LEER. EL BIBLIOTECARIO COMO PROMOTOR DE LECTURA Y SU IMPORTANCIA FRENTE AL PROYECTO DE MEMORIA.


Mi abuelo Andrés Junieles, quien debido a su ceguera en los últimos años de vida, me pedía que leyera para él todas las noticias, columnas y crónicas del diario El Espectador. Así fue como un ciego me enseñó a leer. Falleció en Sincé, Sucre, en 1977, gritando vivas al partido liberal. Murió de viejo, es decir de muerte natural, una muerte cada vez más extraña en este latifundio que llaman Colombia.
Jhon Jairo Junieles


Abordar la promoción de lectura y su prima (que viste un más llamativo vestido), la llamada animación a la lectura, puede hacerse casi desde cualquier ángulo. ¿Por qué?  Porque este es uno de esos laberintos donde todas las entradas conducen al centro. Un mágico Aleph, ese mágico lugar donde se encuentran todos los hombres y cosas y lugares, que tan bien describe un cuento de Jorge Luis Borges. La lectura es un encuentro de voces y rostros, de vivos y muertos, de los que proponen y los responden, en una conversación sin término, en un diálogo sin tiempo.


Y no importa cuáles sean las extraordinarias razones que les demos, ni la vaga o exacta referencia a las sorprendentes bibliotecas, virtuales o físicas, que podamos ofrecer a los posibles lectores: si no logramos el acto físico en el que es el ser humano tome un libro en sus manos o se enfrente la lectura en la pantalla de la computadora (que refleja en su rostro grasoso y necesitado de clearasil), Si no logramos que esa otra persona lea con interés, pasión o placer, habremos fracasado en nuestro objetivo. En la misión que nos hemos autoimpuesto.

El acto de leer es una actividad altamente técnica que se desarrolla mucho mejor en la infancia (guau, quien lo podía sospechar). Esta perogrullada tiene su fundamento científico. Ahora bien, en el nacimiento y desarrollo del hábito lector es una permanente posibilidad en la que intervenimos Todos.

Desde nuestra más tierna infancia - esa infancia en la que les quitábamos las patas a los insectos y extinguimos varias especies de palomas, a pedradas, se nos han dado diferentes recomendaciones para leer mejor:

1.-Que la luz o la claridad debe entrar por la izquierda (fíjense que si Samuel moreno hubiese hecho caso, no habría puesto a clara López encima del polo y no tendría seguramente todos los problemas que tiene ahora).

2.-Que debe hacerse en un lugar fresco y silencioso, a unas horas determinadas. Debo decirles que es la experiencia de talleres realizados en la cárcel, donde el bullicio es atronador, me ponen a dudar de esta y otras sugerencias.

Ahora bien: mis años de investigación me dicen que leer debe hacerse como uno pueda y donde más le plazca. Con obvias restricciones, porque si a Rogelio, un chico cualquiera, le gusta leer sentado cómodamente en la justa mitad de la vía, en la autopista a Villa del Rosario, seguramente su carrera de lector va a ser muyyyy corta y tendremos que enterrarlo con su libro, o, en el mejor de los casos, tendremos que llevarle libros a la cárcel, donde irá a parar como causante de un accidente múltiple y fatal.

Tampoco es recomendable que el muchacho lea con el equipo de sonido en encendido a 18 Megatones y 120 teradecibeles mientras suena la voz de Diomedes Díaz acompañado de su parranda vallenata. En ese caso, y para no vulnerar los derechos constitucionales del muchacho, simplemente le recomendamos que le haga poner los audífonos. Sostienen algunos expertos que, en estos casos, las lesiones no son importantes porque ya no hay mucho cerebro que dañar.

3.-Las mejores horas son cuando no hay nadie que nos joda pero algunos encuentran placentero hacerlo mientras joden. Casos raros, porque siempre es preferible un buen video de esos en los que en la pantalla aparecen seguidas: Eva, Maritza, Yeinerth, Barbara y Amanda. Pero gustos son gustos.

Pues bien jóvenes, imaginemos que ahora ya estamos sentados (o acostados), solos frente al inmenso horizonte de la cultura. Estamos ahí, descalzos frente a las vastas arenas de la lectura, de millones de libros como granos de arena. Y aquí es importante detenernos un momento para aclarar que el concepto de lectura que utilizamos parte de la lectura de signos, de las letras que conocemos, y que forman las palabras y las frases y las oraciones. Pero también queremos que se contemple una noción más amplia de la lectura en la que intervienen imágenes, sonidos, fotografías, la lectura gestual o de situaciones, ya que todas están interrelacionadas porque, al final, de lo que se trata con la lectura es de interpretar y analizar, es decir, de leer la vida.

Entonces y como veníamos diciendo, tenemos que el joven, ya está en la biblioteca, particular o pública, que camina hacia un estante y ¿qué hace? Enfoquemos como si lo viéramos en una película y hagamos la toma aún más de cerca del joven: toma el primer libro encontrado en la historia de todos los libros ¿Qué es? que es una losa pesada hecha en barro o acaso toma un pedazo de madera marcado con figuras cuneiformes porque así empezó la escritura. Toma esa tablilla de barro escrita ¿cierto? NO. Él toma lo que le interesa en ese momento, que a veces es lo único que le ha interesado por toda su vida: “fútbol  y futbolistas”, o acaso “métodos escoceses de fabricación de quesos rancios”. Es decir, la lectura que le interesa.

Porque si bien la historia de los libros y de la literatura, para poder ordenarla, se ha hecho de forma lineal y contempla desde el barro cocido al papiro, pasando por el difícil arte de escribir jeroglíficos en las paredes de las pirámides, la verdad es que la gente tiene suficiente con él jeroglífico de su propia vida para ponerse a leer y no va a buscar esas cosas que ya no le dicen nada. al menos no cuando está comenzando a leer. Para el lector la lectura es una presencia simultánea, en la que todos los temas conviven en un estanque: como peces que se mueven con sus diferentes formas y colores y que él elegirá por sus gustos, necesidades, intereses, obligaciones o urgencias.

Ello nos acerca a un tema importante en este taller de lectura: el tema de la información.

La información que se requiere al momento de escoger qué leer. Aquí es donde empezamos a aparecer nosotros, los promotores de lectura. Sí, porque al final de nuestra materia eso es lo que deberíamos ser: promotores de lectura, gente que invite a otros a leer.

Pero en nuestra acción debemos dar una particular, una personal respuesta a las preguntas: ¿qué leer? Y ¿Para qué?

Cada promotor va construyendo su propia respuesta a partir de su actividad y reflexión, empecemos por sugerir qué se lee para desenmarañar los planos reales o simbólicos de la existencia, de la humanidad, es decir, de la propia vida. Eso es lo que en ultimas nos interesa, la propia vida y sus relaciones.

Ahora bien, cuando en una actividad - especialmente la colectiva, la pública - nos preguntan algo, buscamos las razones más amplias y profundas al responder. Si preguntamos por la importancia o la incidencia de la lectura en la civilización, algunos seguramente vamos a terminar diciendo que es a través de los escritos que Dios se comunica preferentemente, como en la biblia - bien, otros dirán que Dios se gastó toda la plata en un solo telegrama de 400 páginas y no ha vuelto a escribirnos -, y otros dirán que todo lo que es la humanidad se lo debe a la lectura. Yo estoy seguro, y me planto en ello, de que la pobre lectura no tiene tantas culpas en su haber.

Raramente acudimos a las razones normales, las que interiormente pensamos, las nuestras, las de todos los días. Las sencillas respuestas, las que de verdad nos motivan. Si le preguntamos a un alumno de bachillerato cuál es esa fuerza poderosa que lo impulsa a leer, en el 97% de los casos la respuesta será: mi mamá. Y agregará, "porque si no me rajo en la previa".

La gente en realidad no lee porque la lectura, en términos de civilización, es más importante que la rueda - lo que posiblemente sea así -, pero a nosotros sí nos conviene reflexionar un poco sobre ello.

Para doña Secundina, por ejemplo, señora de 94 años (todos vividos en Puerto Extraviado, municipio del Guaviare), el asunto es muy claro: Dios creó el cielo y la tierra hace muchísimos chicotes, que es como se cuenta el tiempo allí, y Dios creó la tierra con los romanos y los judíos ya vestidos y peleando, pues éstas son las únicas civilizaciones que ella conoce. Ah, y los creó listos para recibir a Cristo con unas monedas, una lanza y una cruz.

En cambio nuestros jóvenes promedio, los de la era del computador y el DVD, y de los libros interactivos, para ellos la respuesta es más clara: primero estuvieron los saumerios, que fue un pueblo que quemaba incienso, luego vinieron los egipcios, luego los griegos (quienes fueron padres de la medicina a través de hipocrates, con lo que se explican muchas cosas en su comportamiento hipócrita, como que se hayan acabado como civilización a punta de inyecciones y supositorios en las llamadas guerras médicas. Y después están por supuesto los hobbits, los gringos y finalmente estos, los actuales habitantes de la aldea global. Para cada uno de ellos esa es la verdad verdadera y está amparada en sus símbolos de autoridad: la Biblia o La Internet. Pero ellos están muy equivocados porque su información proviene de las películas o del cura del barrio, o de una página de Internet plagada de mentiras y errores.

No hablo aquí de ustedes, lectores que saben un jurgo más sobre todo lo que ha habido y habrá en el mundo. Pero ustedes saben que ustedes son la excepción que confirma la regla.

Entonces ¿cuál es el significado, en términos de civilización y de cultura, de la condición de seres alfabetizados?

Tengamos en cuenta que la trasmisión del conocimiento, la forma y los hábitos del lector-escribiente son muy diferentes ahora. Pensemos en el proceso de individuacion frente a los de colectividad que se daban en la trasmisión de la información en Grecia, Roma o la edad media. La lectura era publica en esas civilizaciones, casi todo, hasta los baños eran públicos. No había espacios para la lectura en silencio.

Y estos modos de transmitir la información - aunque buenos cuando éramos pocos –después parecieron poco prácticos: el ejercicio de la discusión y el aprendizaje colectivo de ese entones no se podría hacer en este mundo de tanta información, ruido y exaltación. Como dicen, es que éramos pocos y parió la abuela. Por eso ya no hay abule, ese Consejo de los ancianos, sino la llamada democracia representativa.

Nos apartamos de los problemas que comporta el saber transmitido por vía oral en la lectura pública. Al menos solo lo hacemos en clases del profe Norwell. Y eso es un problema: no sabemos leer ni en voz alta ni de manera silenciosa.

Imaginen que no sabemos leer bien y que tenemos que trasmitirle la información de cómo desactivar una bomba leyendo el manual a unos secuestrados…y que lo hacemos tan mal que se les explota la bomba. Fregada cosa ¿no? Pues no todo es tan dramático pero sigue siendo un asunto grave.

Leer es importante, saber leer es esencial. La información que recibimos y transmitimos en cada texto puede determinar nuestras vidas. Desde las instrucciones de un fármaco hasta el poema con el que conquistamos a la pareja, o desde el contrato que firmamos hasta las clausulas de la separación matrimonial por la que nos dejaron en la ruina. Eso al menos en términos prácticos, pero hay mucho mas en los textos desde la imprenta.

El texto, como vemos, ha permitido la más importante conquista democrática, la de la información y el conocimiento.  ¿está amenazada esa conquista que son los libros de papel?

No creo. La lectura y el texto se han modificado con el advenimiento de las nuevas tecnologías, pero hasta donde sé, estas formas se originan en el propio texto escrito (o guionado). Conviven. Entonces las verdaderas amenazas a los libros y la lectura en sentido tradicional no vienen de las nuevas tecnologías sino de las erradas o malintencionadas políticas públicas o de quienes representan esas políticas (cuando son gente como Goebbels, el ministro nazi que quemo un millón y medio de libros. Y eso, por poner un ejemplo, es lo que trabaja a nivel simbólico el libro del que hablamos en clase Fahrenheit 451. En esa novela los gobiernos quemaban los libros y algunos hombres trataban de memorizarlos para guardar su saber, pero eran perseguidos. De alguna manera el promotor de lectura es uno de los hombres libro, de los transmisores del saber y el placer de la lectura, como los de esa historia.

temas hasta aquí:

LA PROMOCIÓN (ANIMACIÓN) LECTORA REQUIERE DE TODOS.
RESULTADO DE LA PROMOCIÓN ES LO QUE IMPORTA: EL ACTO REAL DE ABRIR UN Y LEER UN LIBRO, UNA REVISTA O UNA PANTALLA.
LEER ES PREFERENTEMENTE UN ACTO LIBRE DE CONDICIONAMIENTOS.
LA LECTURA COMO ACTIVIDAD ES UN CONCEPTO AMPLIO QUE INVOLUCRA OTRAS REFERENCIAS.
MOTIVACIÓN A LA LECTURA: GUSTOS, INTERESES, NECESIDADES, OBLIGACIONES Y URGENCIAS.
EL LECTOR REQUIERE  INFORMACIÓN AMPLIA Y CONFIABLE. 
AYUDAMOS A RESPONDER: LEER ¿PARA QUÉ? Y ¿QUÉ LEER?
EL NUEVO LECTOR NO SE LE DICE QUE LEA PORQUE LA LECTURA ES IMPORTANTE, LO HACE SI EN VERDAD SE LO PARECE.
PARTIMOS DE LOS REFERENTES DE CADA LECTOR SIN DE ENTRADA REFUTARLOS. SOLO EL PUEDE DESCUBRIR SUS ERRORES O VACÍOS.
LAS FORMAS DE TRANSMISIÓN DE LA INFORMACIÓN VAN CAMBIANDO SEGÚN LAS NECESIDADES DE LAS SOCIEDADES.
LA LECTURA (ESPECIALMENTE LA SILENCIOSA) PERMITIÓ EL PROCESO DE INDIVIDUALIZACIÓN Y LA DEMOCRATIZACIÓN DEL CONOCIMIENTO.
SOMOS HOMBRES LIBRO.

Ustedes dirán que yo invito a leer porque soy escritor. Tal vez es así. Me hice escritor tal vez porque vengo de la época del radio, porque estaba en el medio de dos hermanas a tres años de distancia, y no tenía muchos juguetes, y lo más divertido cuando quedaba sólo era ver el polvo brillando en un chorrito de luz que se filtraba por una claraboya. Bien, el hecho es que ese conjunto de circunstancias enojosas le determina a más de uno la vida. A mí me obligo a imaginar. Imagínense en la casa, mediodía, siesta colombiana de los finales de la década sesenta. En la radio había música para dormir hasta a una musaraña, que es uno de los seres más excitados que existen. Hasta que un día me pusieron las radionovelas. Al principio las escuchaba con mi mama y eran truculentas historias de amor o de amor a secas sin truculus. Pero luego salieron con eso de Kalimán y Arandú. ¡Qué nota!. “Serenidad y paciencia pequeño Solín”, decía el que llamaban el hombre de acero. Y Arandú con taolamba, un negro que deja a Tyson como un protoalfeñique, haciendo de las suyas en medio de la selva entre leones, tigres, elefantes, ingleses malos y negros expertos en maleficios. Esos sí que era mundo, pero había que completarlo. Había unos diálogos, los ruidos, una descripción somera y… el resto lo hacia uno. De ahí al libro no hay más que un paso. Primero para leerlo y luego, cuando uno descubre que los demás no dicen lo que uno quiere, para escribirlo.  ¿y porque lo digo? Porque el promotor tal vez no necesite ser un creador pero si debe ser creativo, imaginativo, investigador; pues es alguien que completa los ruidos de la imaginación.

No les cuento eso por ahorrarme el sicólogo, es porque a medida que he visto pasar los años y como se iban, me he hecho consciente de cuánto van cambiando los intereses y para nuestro caso, las formas de contar.  Porque el promotor de lectura es alguien que cuenta, que cuenta su pasión y experiencia personal y la transmite.

 En mi caso he tratado de ser creativo desde mi función de escritor. Por ejemplo, estas mismas ideas se las presente a los niños de una escuela, pero por su edad era necesario que fuera de una forma diferente y entonces me idee esto: 


LECCIÓN DE IDIOMA EN LA ESCUELA MIGUEL MULLER
Cuando la humanidad era niña
Se tenían que conformar
Con señalar con el dedo
Lo que querían nombrar

Debe haber sido terrible
Ver en el cielo una estrella
Y en lugar de decir ¡que bella!
Gruñir como gruñe un tigre

Que aburrido no poder
Escribir: ¡cuánto te pienso!
Pero sin escribir ni leer…
¿Sería su idioma el silencio?

El lenguaje fue inventado
Para expresar lo más noble
Luz, mañana, hijo amado,
Mariposa, agua o roble.

Aunque la palabra más bella
Que fue como diez primaveras
Más grande que mil estrellas
Fue la palabra primera

Cuando el cielo la escuchó
Ya lo dijo el santo padre
Hasta el eco repitió
Esa palabra que es: madre

Madre o mamá es romaza
Es la suma del cariño
La que enseña la esperanza
Seas mayor o seas niño

Su idioma es una gran mesa
Donde amor sirve a montones
Cuando excusa tu pereza
O te cura moretones

Con ella nació el idioma
Con ella nació la vida
Como si fuese paloma
Que en el lenguaje se anida

Son idioma y corazón
Los que expresan su sentir
En una bella canción
O en el libro, al escribir.

Y sin idioma no habría escuela
En esto yo no te miento,
Como en lo oscuro y sin vela
No habría conocimiento
El idioma no interesa
Al animal del potrero,
o al que solo la cabeza
le sirve para el sombrero.

Para ellos es nuestro idioma,
Un asunto de palabras,
Repartidas como cabras
Comiéndose el punto y coma.

Para ellos un libro bueno
Es menos que yegua tuerta
Menos incluso que el heno
O la tranca de su puerta

Por eso el día del idioma
Y para explicar lo que cuento
Haré una pequeña broma
En este pequeño cuento:

Preguntó una vez un maestro:
¿Qué es un conjunto de hojas
Con un contenido adentro
Que suele darnos placer
Y que bien puede valer
Porque paga el precio justo
Del trabajo que allí aloja
Prepararlo para el gusto
De Raimundo y todo el mundo?

Y un niño le respondió:
¡Es un libro! profesor.

Mi muchacho, estas muy mal,
Le dijo el sabio instructor
La  respuesta es: Un tamal.

¿De hojas un gran montón
Y adentro algún contenido
Que no nos enseñe ideas
Reflexiones o emoción?

Permíteme yo te lo explico
Que aunque te parezca rico
Nada más sería un tamal.
El libro es una canción
Ideas como un panal
Donde la miel son palabras
Pero solo cuando lo abras
Él te dará su manjar

No te vayas confundiendo
Lo que es valor, con el precio
Al libro das valor leyendo
Y cerrado es adorno necio

Cerrado no vale nada
Vale más ¡una empanada!

Conclusión: igual, un libro cerrado no es más que un rimero de papel.

Por eso lo importante no es el libro, es la lectura. Hay que retirar o regalar los libros que no nos pertenecen, que no nos interesan, que no vamos a leer. Tenemos la impresión de que tener muchos libros estimula la lectura y eso no siempre es cierto, a veces asusta a quien comienza a leer y cree que está frente a la gran muralla china. Es mejor ir creciendo según los gustos, buscando

La promoción inicial de lectura a los jóvenes no lectores son libros pequeños, las curiosidades que llevan a otras búsquedas, las pequeñas historias, la literatura es un terrible o un hermoso laberinto lleno de puertas y ventanas que se comunican y que al final deberían llevarnos a nosotros mismos, a nuestra noción de humanidad, a la anticipación de nuestros temores y la valoración de nuestras alegrías.

El promotor de lectura QUE DEBE SER CADA UNO DE USTEDES EN ADELANTE tiene la honrosa tarea de ser el que toma el pulso de lo que lee y puede y debe leer la ciudad, el departamento, el país, para poder después proponer los cambios que sean necesarios. 
Un abrazo y suerte.



domingo, 2 de agosto de 2015

EJEMPLO DE CUENTO (UN CUENTAZO) DE JUAN RULFO

Diles que no me maten.

¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
-No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
-Haz que te oiga. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
-No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
-Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
-No. No tengo ganas de eso, yo soy tu hijo. Y si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
-Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
-No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral. Luego se dio vuelta para decir:
-Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
-La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge.
Lo habían traído de madrugada. Y ahora era ya entrada la mañana y él seguía todavía allí, amarrado a un horcón, esperando. No se podía estar quieto. Había hecho el intento de dormir un rato para apaciguarse, pero el sueño se le había ido. También se le había ido el hambre. No tenía ganas de nada. Sólo de vivir. Ahora que sabía bien a bien que lo iban a matar, le habían entrado unas ganas tan grandes de vivir como sólo las puede sentir un recién resucitado. Quién le iba a decir que volvería aquel asunto tan viejo, tan rancio, tan enterrado como creía que estaba. Aquel asunto de cuando tuvo que matar a don Lupe. No nada más por nomás, como quisieron hacerle ver los de Alima, sino porque tuvo sus razones. Él se acordaba:
Don Lupe Terreros, el dueño de la Puerta de Piedra, por más señas su compadre. Al que él, Juvencio Nava, tuvo que matar por eso; por ser el dueño de la Puerta de Piedra y que, siendo también su compadre, le negó el pasto para sus animales.
Primero se aguantó por puro compromiso. Pero después, cuando la sequía, en que vio cómo se le morían uno tras otro sus animales hostigados por el hambre y que su compadre don Lupe seguía negándole la yerba de sus potreros, entonces fue cuando se puso a romper la cerca y a arrear la bola de animales flacos hasta las paraneras para que se hartaran de comer. Y eso no le había gustado a don Lupe, que mandó tapar otra vez la cerca para que él, Juvencio Nava, le volviera a abrir otra vez el agujero. Así, de día se tapaba el agujero y de noche se volvía a abrir, mientras el ganado estaba allí, siempre pegado a la cerca, siempre esperando; aquel ganado suyo que antes nomás se vivía oliendo el pasto sin poder probarlo.
Y él y don Lupe alegaban y volvían a alegar sin llegar a ponerse de acuerdo. Hasta que una vez don Lupe le dijo:
-Mira, Juvencio, otro animal más que metas al potrero y te lo mato.
Y él contestó:
-Mire, don Lupe, yo no tengo la culpa de que los animales busquen su acomodo. Ellos son inocentes. Ahí se lo haiga si me los mata.
"Y me mató un novillo.
"Esto pasó hace treinta y cinco años, por marzo, porque ya en abril andaba yo en el monte, corriendo del exhorto. No me valieron ni las diez vacas que le di al juez, ni el embargo de mi casa para pagarle la salida de la cárcel. Todavía después, se pagaron con lo que quedaba nomás por no perseguirme, aunque de todos modos me perseguían. Por eso me vine a vivir junto con mi hijo a este otro terrenito que yo tenía y que se nombra Palo de Venado. Y mi hijo creció y se casó con la nuera Ignacia y tuvo ya ocho hijos. Así que la cosa ya va para viejo, y según eso debería estar olvidada. Pero, según eso, no lo está.
"Yo entonces calculé que con unos cien pesos quedaba arreglado todo. El difunto don Lupe era solo, solamente con su mujer y los dos muchachitos todavía de a gatas. Y la viuda pronto murió también dizque de pena. Y a los muchachitos se los llevaron lejos, donde unos parientes. Así que, por parte de ellos, no había que tener miedo.
"Pero los demás se atuvieron a que yo andaba exhortado y enjuiciado para asustarme y seguir robándome. Cada vez que llegaba alguien al pueblo me avisaban:
"-Por ahí andan unos fureños, Juvencio.
"Y yo echaba pal monte, entreverándome entre los madroños y pasándome los días comiendo verdolagas. A veces tenía que salir a la media noche, como si me fueran correteando los perros. Eso duró toda la vida . No fue un año ni dos. Fue toda la vida."
Y ahora habían ido por él, cuando no esperaba ya a nadie, confiado en el olvido en que lo tenía la gente; creyendo que al menos sus últimos días los pasaría tranquilos. "Al menos esto -pensó- conseguiré con estar viejo. Me dejarán en paz".
Se había dado a esta esperanza por entero. Por eso era que le costaba trabajo imaginar morir así, de repente, a estas alturas de su vida, después de tanto pelear para librarse de la muerte; de haberse pasado su mejor tiempo tirando de un lado para otro arrastrado por los sobresaltos y cuando su cuerpo había acabado por ser un puro pellejo correoso curtido por los malos días en que tuvo que andar escondiéndose de todos.
Por si acaso, ¿no había dejado hasta que se le fuera su mujer? Aquel día en que amaneció con la nueva de que su mujer se le había ido, ni siquiera le pasó por la cabeza la intención de salir a buscarla. Dejó que se fuera sin indagar para nada ni con quién ni para dónde, con tal de no bajar al pueblo. Dejó que se le fuera como se le había ido todo lo demás, sin meter las manos. Ya lo único que le quedaba para cuidar era la vida, y ésta la conservaría a como diera lugar. No podía dejar que lo mataran. No podía. Mucho menos ahora.
Pero para eso lo habían traído de allá, de Palo de Venado. No necesitaron amarrarlo para que los siguiera. Él anduvo solo, únicamente maniatado por el miedo. Ellos se dieron cuenta de que no podía correr con aquel cuerpo viejo, con aquellas piernas flacas como sicuas secas, acalambradas por el miedo de morir. Porque a eso iba. A morir. Se lo dijeron.
Desde entonces lo supo. Comenzó a sentir esa comezón en el estómago que le llegaba de pronto siempre que veía de cerca la muerte y que le sacaba el ansia por los ojos, y que le hinchaba la boca con aquellos buches de agua agria que tenía que tragarse sin querer. Y esa cosa que le hacía los pies pesados mientras su cabeza se le ablandaba y el corazón le pegaba con todas sus fuerzas en las costillas. No, no podía acostumbrarse a la idea de que lo mataran.
Tenía que haber alguna esperanza. En algún lugar podría aún quedar alguna esperanza. Tal vez ellos se hubieran equivocado. Quizá buscaban a otro Juvencio Nava y no al Juvencio Nava que era él.
Caminó entre aquellos hombres en silencio, con los brazos caídos. La madrugada era oscura, sin estrellas. El viento soplaba despacio, se llevaba la tierra seca y traía más, llena de ese olor como de orines que tiene el polvo de los caminos.
Sus ojos, que se habían apenuscado con los años, venían viendo la tierra, aquí, debajo de sus pies, a pesar de la oscuridad. Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último.
Luego, como queriendo decir algo, miraba a los hombres que iban junto a él. Iba a decirles que lo soltaran, que lo dejaran que se fuera: "Yo no le he hecho daño a nadie, muchachos", iba a decirles, pero se quedaba callado. "Más adelantito se los diré", pensaba. Y sólo los veía. Podía hasta imaginar que eran sus amigos; pero no quería hacerlo. No lo eran. No sabía quiénes eran. Los veía a su lado ladeándose y agachándose de vez en cuando para ver por dónde seguía el camino.
Los había visto por primera vez al pardear de la tarde, en esa hora desteñida en que todo parece chamuscado. Habían atravesado los surcos pisando la milpa tierna. Y él había bajado a eso: a decirles que allí estaba comenzando a crecer la milpa. Pero ellos no se detuvieron.
Los había visto con tiempo. Siempre tuvo la suerte de ver con tiempo todo. Pudo haberse escondido, caminar unas cuantas horas por el cerro mientras ellos se iban y después volver a bajar. Al fin y al cabo la milpa no se lograría de ningún modo. Ya era tiempo de que hubieran venido las aguas y las aguas no aparecían y la milpa comenzaba a marchitarse. No tardaría en estar seca del todo.
Así que ni valía la pena de haber bajado; haberse metido entre aquellos hombres como en un agujero, para ya no volver a salir.
Y ahora seguía junto a ellos, aguantándose las ganas de decirles que lo soltaran. No les veía la cara; sólo veía los bultos que se repegaban o se separaban de él. De manera que cuando se puso a hablar, no supo si lo habían oído. Dijo:
-Yo nunca le he hecho daño a nadie -eso dijo. Pero nada cambió. Ninguno de los bultos pareció darse cuenta. Las caras no se volvieron a verlo. Siguieron igual, como si hubieran venido dormidos.
Entonces pensó que no tenía nada más que decir, que tendría que buscar la esperanza en algún otro lado. Dejó caer otra vez los brazos y entró en las primeras casas del pueblo en medio de aquellos cuatro hombres oscurecidos por el color negro de la noche.
-Mi coronel, aquí está el hombre.
Se habían detenido delante del boquete de la puerta. Él, con el sombrero en la mano, por respeto, esperando ver salir a alguien. Pero sólo salió la voz:
-¿Cuál hombre? -preguntaron.
-El de Palo de Venado, mi coronel. El que usted nos mandó a traer.
-Pregúntale que si ha vivido alguna vez en Alima -volvió a decir la voz de allá adentro.
-¡Ey, tú! ¿Que si has habitado en Alima? -repitió la pregunta el sargento que estaba frente a él.
-Sí. Dile al coronel que de allá mismo soy. Y que allí he vivido hasta hace poco.
-Pregúntale que si conoció a Guadalupe Terreros.
-Que dizque si conociste a Guadalupe Terreros.
-¿A don Lupe? Sí. Dile que sí lo conocí. Ya murió.
Entonces la voz de allá adentro cambió de tono:
-Ya sé que murió -dijo-. Y siguió hablando como si platicara con alguien allá, al otro lado de la pared de carrizos:
-Guadalupe Terreros era mi padre. Cuando crecí y lo busqué me dijeron que estaba muerto. Es algo difícil crecer sabiendo que la cosa de donde podemos agarrarnos para enraizar está muerta. Con nosotros, eso pasó.
"Luego supe que lo habían matado a machetazos, clavándole después una pica de buey en el estómago. Me contaron que duró más de dos días perdido y que, cuando lo encontraron tirado en un arroyo, todavía estaba agonizando y pidiendo el encargo de que le cuidaran a su familia.
"Esto, con el tiempo, parece olvidarse. Uno trata de olvidarlo. Lo que no se olvida es llegar a saber que el que hizo aquello está aún vivo, alimentando su alma podrida con la ilusión de la vida eterna. No podría perdonar a ése, aunque no lo conozco; pero el hecho de que se haya puesto en el lugar donde yo sé que está, me da ánimos para acabar con él. No puedo perdonarle que siga viviendo. No debía haber nacido nunca".
Desde acá, desde fuera, se oyó bien claro cuando dijo. Después ordenó:
-¡Llévenselo y amárrenlo un rato, para que padezca, y luego fusílenlo!
-¡Mírame, coronel! -pidió él-. Ya no valgo nada. No tardaré en morirme solito, derrengado de viejo. ¡No me mates...!
-¡Llévenselo! -volvió a decir la voz de adentro.
-...Ya he pagado, coronel. He pagado muchas veces. Todo me lo quitaron. Me castigaron de muchos modos. Me he pasado cosa de cuarenta años escondido como un apestado, siempre con el pálpito de que en cualquier rato me matarían. No merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos, el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten!.
Estaba allí, como si lo hubieran golpeado, sacudiendo su sombrero contra la tierra. Gritando.
En seguida la voz de allá adentro dijo:
-Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros.
Ahora, por fin, se había apaciguado. Estaba allí arrinconado al pie del horcón. Había venido su hijo Justino y su hijo Justino se había ido y había vuelto y ahora otra vez venía.
Lo echó encima del burro. Lo apretaló bien apretado al aparejo para que no se fuese a caer por el camino. Le metió su cabeza dentro de un costal para que no diera mala impresión. Y luego le hizo pelos al burro y se fueron, arrebiatados, de prisa, para llegar a Palo de Venado todavía con tiempo para arreglar el velorio del difunto.
-Tu nuera y los nietos te extrañarán -iba diciéndole-. Te mirarán a la cara y creerán que no eres tú. Se les afigurará que te ha comido el coyote cuando te vean con esa cara tan llena de boquetes por tanto tiro de gracia como te dieron.

viernes, 22 de mayo de 2015


VEAMOS TRES TEMAS A TRAVÉS DE SU EJEMPLO: 
(POESÍA, RELATO CORTO, PEQUEÑÍSIMA HISTORIA COMPUESTA) 
Y UN BREVE FRAGMENTO DE UN ENSAYO DE LAURO ZAVALA.

NO ES UNA TAREA, NO ES UNA IMPOSICIÓN; ES PARA QUIEN QUIERA CONOCER ALGO MÁS SOBRE ESTOS TEMAS.

El texto de jacinto Benavente es breve y está dispuesto en tres partes, como si fueran tres esquelas (pequeñas notas hechas a mano). Benavente se pone en los zapatos de una mujer, de una dama. Las tres notas conforman una historia que solo entenderemos al final...si ponemos  suficiente atención. Estamos presentando esta vez un texto conocido por varios de ustedes.

El texto de Luis Carlos lopez a pesar de ser un poema cuenta una historia en la que podemos adivinar que tipo de persona es la que nos habla y como piensa, que posible edad puede tener y de clase social es. Incluso su posición frente a la religión o la iglesia, el lugar donde vive y su condición cultural y social. Alguna vez hicimos un ejercicio así.

En el minicuento de Cortazar podemos ver un juego que permite la literatura: algo parecido a la cinta sin fin o la cinta de moebius (pueden buscar la imagen de la tal cinta de Moebius).

A ver si nos atrevemos a escribir sobre lo que descubrimos en esos tres textos. estamos entre amigos, así que a escribir sin temor en los comentarios.







El cuento ultracorto bajo el microscopio (Lauro Zavala)
            
            Aquí llamo ultracorto a todo cuento cuya extensión no rebasa las 200 palabras.
La investigadora venezolana Violeta Rojo propone llamar minicuento a la narrativa que tiene las siguientes características: brevedad extrema; economía de lenguaje; juegos de palabras; representación de situaciones estereotipadas que exigen la participación del lector, y carácter proteico. Esto último puede presentarse en dos modalidades: ya sea la hibridación de la narrativa con otros géneros literarios o extraliterarios, en cuyo caso la dimensión narrativa es la dominante; o bien la hibridación con géneros arcaicos o desaparecidos (fábula, aforismo, alegoría, parábola, proverbios y mitos), con los cuales se establece una relación paródica. El ejemplo paradigmático de minicuento es "El dinosaurio" (1959) de Augusto Monterroso.
            En el estudio de estos minicuentos es necesario considerar, además de la brevedad extrema, los siguientes elementos característicos: diversas estrategias de intertextualidad (hibridación genérica, silepsis, alusión, citación y parodia); diversas clases de metaficción (en el plano narrativo: construcción en abismo, metalepsis, diálogo con el lector) (en el plano lingüístico: juegos de lenguaje como lipogramas, tautogramas o repeticiones lúdicas); diversas clases de ambigüedad semántica (final sorpresivo o enigmático), y diversas formas de humor (intertextual) y de ironía (necesariamente inestable).
            Todos los estudiosos del cuento ultracorto señalan que el elemento básico y dominante debe ser la naturaleza narrativa del relato. De otra manera, nos encontramos ante lo que algunos autores han llamado un minitexto pero no ante un minicuento; es decir un texto ultracorto, pero no un cuento ultracorto.
            Sin embargo, el elemento propiamente literario -tanto en los minitextos como en los minicuentos- es la ambigüedad semántica, producida, fundamentalmente, por la presencia de un final sorpresivo o enigmático, que exige la participación activa del lector para completar el sentido del texto desde su propio contexto de lectura.
            La intensidad de la presencia de los elementos estructurales indicados hacen del cuento ultracorto una forma de narrativa mucho más exigente para su lectura que la novela realista o el cuento de extensión convencional.
            Antes de 1956, fecha de publicación de la Breve historia del cuento mexicano de Luis Leal, entre los principales cultivadores del cuento muy breve en México se encontraban Carlos Díaz Dufoo II, Julio Torri, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Mariano Silva y Aceves, Genaro Estrada, Juan José Arreola, Juan Rulfo y algunos otros, cuya tradición continúa hasta hoy. Habría que añadir que de todos estos escritores sólo Paz y Reyes llegaron a practicar directamente la escritura del haiku.
            La actual popularidad del género se puede deber, tal vez, al crecimiento editorial y al incremento de estudios y talleres dedicados al cuento, a la crisis de la sociedad civil (con la consiguiente multiplicación de voces públicas) y sin duda a la creación del Concurso de Cuento Breve de la revista "El Cuento".


            Cuento y poema en prosa: Instrucciones para cruzar la frontera

           La consideración fundamental en el estudio de todas las formas de textos breves es el problema de la escala. Sin embargo, un rasgo común a todos estos tipos de textos es su tendencia lúdica hacia la hibridación genérica, especialmente en relación con el poema en prosa, el ensayo, la crónica y la viñeta, y con numerosos géneros no literarios.
            Este fenómeno, el de la hibridación genérica, ha sido estudiado por Linda Egan en el contexto de la distinción entre crónica y cuento en la escritura de algunos narradores mexicanos contemporáneos. Señala Linda Egan con agudeza que "del llamado artículo de costumbres, inventado en México por Guillermo Prieto, se distinguían (al menos) cuatro géneros: el cuento, la crónica, el ensayo y la nota periodística. Nunca ha sido fácil distinguir entre ellos en México".
            Si esto ocurre en el cuento de extensión convencional, en el caso del cuento muy breve encontramos, además, una gran proximidad con el poema en prosa y, en algunos casos, una apropiación paródica de las reglas genéricas de la parábola o la fábula, o incluso del aforismo, la definición, el instructivo, la viñeta y muchos otros géneros extraliterarios.
            Para algunos autores (Bell, Imhof, Baxter), la diferencia entre el cuento ultracorto y el poema en prosa es sólo una cuestión de grado, e incluso puede depender de la manera de leer el texto. Tal vez por esta razón algunos textos de Julio Torri ("De fusilamientos", "La humildad premiada" y "Mujeres"), que en base a todo lo visto hasta aquí pueden ser considerados legítimamente como cuentos ultracortos, han sido incluidos en sendas antologías del ensayo (J.L. Martínez) y del poema en prosa (L.I. Helguera).
            En la misma antología del poema en prosa en México se incluyen varios de los más breves textos de La oveja negra de Augusto Monterroso, del Bestiario de Juan José Arreola, y de Gente de la ciudad de Guillermo Samperio, es decir, textos que pueden ser considerados como cuentos muy cortos o ultracortos. De cualquier manera, todos estos escritores son conocidos principalmente por su trabajo como cuentistas.
            En el cuento breve mexicano hay numerosos casos de textos de naturaleza lírica, es decir, construidos a partir de un "yo" narrativo que contempla el mundo de un modo particular, con orientación pictórica o musical, fragmentación temporal y mayor atención al espacio. Esta escritura es muy evidente, por ejemplo, en una tradición que va de los cuentos poéticos de Carlos Díaz Dufoo II hasta la Caja de herramientas de Fabio Morábito. El libro paradigmático es, sin duda, ¿Aguila o sol? de Octavio Paz.
            Tal vez es necesario reconocer, como lo hace Irving Howe, que el cuento es a otras formas de la ficción lo que la lírica es a otras formas de la poesía, o, en palabras de Azorín: "El cuento es a la prosa lo que el soneto al verso".

                        Conclusión

           Tal vez el auge reciente de las formas de escritura itinerante propias del cuento brevísimo, y en particular las del cuento ultracorto, son una consecuencia de nuestra falta de espacio y de tiempo en la vida cotidiana contemporánea.
            Y seguramente también este auge tiene relación con la paulatina difusión de las nuevas formas de la escritura, propiciadas por el empleo de las computadoras. El futuro del cuento ultracorto es tan grande como nuestra imaginación.

TARDE DE VERANO
Luis Carlos López

La sombra, que hace un remanso
sobre la plaza rural,
convida para el descanso
sedante, dominical...
Canijo, cuello de ganso,
cruza leyendo un misal,
dueño absoluto del manso
pueblo intonso, pueblo asnal.
Ciñendo rica sotana
de paño, le importa un higo
la miseria del redil.
Y yo, desde mi ventana,
limpiando un fusil, me digo:
-¿Qué hago con este fusil?



CONTINUIDAD DE LOS PARQUES
Julio Cortazar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.



Historia de un día en tres esquelas

Jacinto Benavente

I

Vergüenza me cuesta, pero has de perdonarme. Hoy no asistiré a la Junta. El motivo es pecaminoso. Justamente de cinco a siete tengo que ir a probarme unos vestidos a casa de Laura. Ya sabes lo que es ella; si pierdo mi turno, me deja desnuda este invierno. ¿Estoy perdonada? Bien lo merece mi franqueza. Pude inventar otro pretexto. Otra junta piadosa, la jaqueca, el dentista; pues no, me entrego en pleno delito de coquetería. Así puedes decírselo a las amigas, segura de que todas me absuelven. Me has dicho que la marquesa está expirando. ¡Pobre señora! Esta noche te veré en el Real. Hasta luego.

II

Mucho siento la mala obra, pero hoy me es imposible ir a probarme los vestidos. Precisamente de cinco a siete se reúne la Junta de Damas de la Honradez y el Trabajo, de la que soy secretaria, y no puedo faltar. Iré mañana a primera hora. No retrase, por Dios, los vestidos, el negro sobre todo, nuestra presidenta está expirando; y si se muere, no sé cómo voy a ir a los funerales.

III

De cinco a siete.